“Siempre al borde del mar”, texto para el proyecto Rederas de Eureka Santander

Y si en lugar de hablar de ti hablo de lo que hacías todos los días cuando no te veía, de todas las cosas que me enseñaste Del Mar.

Sabes que me encantaba ir contigo, recuerdo aquellos años como los mejores de mi vida, éramos jóvenes y también felices juntos.

Luego aquel año que hubo una ciclo génesis en la bahía de Santander llegó la tragedia de nuestras tormentas que hizo que la lluvia se lo llevara todo, arrasó como un naufragio a nuestras vidas

y se rompió el amor.

Pero ahora no voy a hablar de eso, no quiero que las gotas vuelvan a empañar mis ojos

hasta verlo todo otra vez borroso.

Prefiero contar las noches que me llevabas a suministrar a los barcos pesqueros al puerto

y esperábamos hasta que les veíamos llegar a lo lejos con sus luces marineras.

Entonces ahí llegaban cansados, exhaustos de la dura vida de la mar, con tantas ganas de pisar tierra firme, llegar a sus casas, abrazar a sus mujeres, besar a sus hijos ya dormidos y arroparles como no pueden hacer el resto de las noches.

No sin antes por supuesto descargar todos los peces que habían conseguido en su captura,

fríos por el hielo que les cubría en esas cajas de plástico tan pesadas

donde las mujeres ayudaban sin cesar.

Otras veces llegábamos a cuando partían y recuerdo como si ahora lo estuviera viendo

lo duro que era verles despedirse de sus mujeres y las personas que les acompañaban al puerto pesquero.

Tan dura, nostálgica, bonita y enigmática la vida Del Mar.

Tantas noches, durante tantos años…

En esa furgoneta blanca serigrafíada con el logo de tú empresa sonriendo sin parar, siempre hablando de los planes que teníamos juntos, los viajes, tantos viajes en tantos embarcaciones tan diferentes.

Barcos grandes, pequeños, cargueros, de personas, ferrys, barquitas motoras, catamaranes,

barcos de vela donde nunca pensaba que iba a naufragar contigo.

Pero llegó el día o más bien la noche o quizás fuera el ver amanecer en la bahía de Santander

desde aquel precioso torreón que rodeaba la habitación, donde pude ver lo que iba a suceder

al observar el mar a lo lejos pidiendo clemencia al tiempo para no morir en el intento de salvarnos de aquel naufragio que hizo que se rompieran los lazos que nos unieron y así el amor.

Aquellos maravillosos años que nunca volverán porque si no, no sería el pasado

pero que recuerdo con tanto cariño y nostalgia.

Donde fuimos tan felices que tan solo me queda decirte gracias, por enseñarme que la vida

a veces puede ser maravillosa si te lo propones.

Y aprender a navegar solo es cuestión de empezar…